Transeúntes literarios
  Paráfrasis
 

PARÁFRASIS

 

“LA OTRA VIDA DE LAS PALABRAS”
  (
Sobre texto del mismo nombre de Valeria Zurano. Argentina)

 

Esa cuestión intrínseca de perderse, en vano dejando rastros por las calles,  los bares,  los bancos de las plazas, jugando para  estar perdidos  y volver a perderse en esta pérdida, donde nosotros hemos sido expertos.

En la estación de Castelar, en el bar de siempre, abiertas las ventanas  el inconfundible vaho del tren envuelve. La cerveza acostumbrada junto al cenicero, el vaivén de la puerta en su gemido disolviendo el aire,  nosotros inclinando los vasos, las cenizas, los pasos agotados y  un tango desprendiéndose de las mesas.

La noche, unas cuantas noches reinventadas y los tres perdidos en la travesía, consientes, en los necesarios años, construyendo relatos en esta pérdida, entre vasos en los labios.

Repetir una mínima variante. Hay cosas ajenas a la voluntad para convencerse y concluir el juego. El reloj detenido en la secuencia de las cosas, que no deberían suceder, pero suceden.

Las palabras, las palabras, nos elijen, nos persiguen por una ciudad misteriosa y lejana, van con nosotros visitando mundos innumerables; nos atraviesan, nos enamoran.  

Imposible desde este lado de la mesa ver la otra orilla. Mi ojo en el marco de tu hombro, en el humo del cigarro. El boleto sobre la mesa y la pared erguida sobre el costado de nuestros cuerpos.

El hombre en el bar dice, que se están perdiendo las costumbres.

Esta noche, trae la misma noche su palabra y me pierdo en su  propio laberinto, en el mío, en el  de cualquier hombre, cualquier mujer.  La noche, el vocablo noche, la sentencia, la plegaria de la palabra noche y puedo no nombrarla en la oración nocturna. Se apaga, se sofoca. He decidido no nombrarla y me lleva a sus calles despobladas, a ese silencio de no me olvides. Hay un miedo de abismo, de salto hacia el vacío. La N de noche,  la N, el vértigo, la N intentando detenerse sobre el tiempo, cuando recién hemos comenzado.

Entender los misterios de las palabras, las palabras que esconden la O de noche, jugándonos una partida  en su círculo de espejo, de clavo pendiendo los ojos, de boca, pozo y alcohol, adentrándonos a los secretos del baño de un bar de mala muerte. Osadía que escribe el destino, el horror, el eco del abismo, de nosotros bebiéndonos todas las sombras.

Nada, nada es suficiente, sin darnos cuenta la C golpea antes del segundo trago y nosotros  ciegos, impetuosos hablando de guerras, mástil, proa, olas inundando la cubierta de nuestro barco. Alguien se acerca a nuestra mesa,  pide fuego y en su cinto el acero brilla en su mango de marfil. Las luces se apagan desde el mástil a la proa, nuestras velas se agitan vehementes; somos tres confabulados en el itinerario. El hombre perfilando la oscuridad se aleja aspirando su cigarro encendido y tu voz me llega desde una niebla demasiado espesa.

El viaje traza su itinerario en cada letra, en cada juego de postrimerías diseñadas. La H nada ha dejado librado al azar, es la H, es el signo, esa maldición que amordaza la boca para siempre y ella no puede disfrutarla. No puede disfrutarla  en su independencia, en su misión, en ese juego de quebrar la voluntad ajena.

Dejarnos enlazar,  arrullar por el silencio, el sonido de los árboles, el agua discurriendo entre las piedras, la tormenta, las aves y sus murmullos lejanos; el zumbido de los insectos, el eco de las voces, descubrir la existencia, hallar nuestros motivos. Alguien emergerá desde el fondo del silencio mismo para cantarnos de la tierra.   

Quizás, lo único que prevalezca sea soñar, soñar en este juego que nos lleva de una palabra a otra cuando algo está por terminar. Y llega la letra E inevitable en su espera, la letra E en su tarea frenética, en su locura de comprenderlo todo. La letra E y su secreto. No hay letra tan culpable, tan culpable de la palabra noche, no hay otro vocablo en su propia figura. La letra E es la oreja en desequilibrio, el eco desde el comienzo del día, las incógnitas en las paredes mientras descansan los recuerdos.

Descifrar los anagramas de las letras, descifrar esta tarea frenética en que muchos hombres y mujeres han dejado sus vidas en la locura de comprender los vastos territorios. Los secretos, los secretos del cuerpo, ese espiral dando vueltas y vueltas. Esto de perdernos en los sentidos y la razón señalando nuestras vidas. El secreto de las palabras, la noche en este juego enmarañando el desvelo. 

Algo está sucediendo en este amanecer,  en este instante cuando el bar cierra sus persianas. Descubrimos la última ronda por los ojos del cantinero. Él enciende la última llama al hombre de marfil y nosotros tres,  intentando vislumbrar los códigos del instante.

La hora final se revela. Sabíamos que el final había llegado, que todo ha sido para no apartarnos del camino.  No habrá rastros de la noche, sólo vasos dormidos, el hombre de marfil durmiendo en la mesa y su cuchillo de mango indescifrable en el piso. Las sombras de nuestros cuerpos sobre la pared, la noche en el recuerdo, en las palabras,  en las sillas. El sol afuera anunciándose, y las sogas de nuestro barco, soltando las amarras.

                                                                          (Magdalena Fuentes Zurita. Chile).

                                      

                                                                                                                                  
@magdalenafuenteszurita
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